1.- Enseñamos a nuestros hijos a aceptar el espíritu como una realidad, a creer en una fuente infinita de amor que los abrazaba tiernamente . Fue la definición de Dios que les transmitimos.
2.- No los presionamos para que alcanzaran el éxito convencional. Fue nuestra manera de decirles que el universo los amaba por lo que eran, no por lo que hacían.
3.- Nunca sentimos la necesidad de castigarlos, aunque les hacíamos saber con toda franqueza cuando nos sentimos desilusionados, furiosos o heridos. Fue nuestra manera de transmitirles enseñanzas a través de la reflexión y no de las reglas.
4.- En ningún momento olvidamos que nuestros hijos eran regalos del universo y siempre les hicimos saber que así lo sentíamos. Les decíamos que nos considerábamos honrados y privilegiados de estar ahí para ayudar a criarlos. No eramos sus amos o dueños. No proyectabamos en ellos nuestras propias expectativas. Nunca sentimos necesidad de compararlos, para bien o para mal, con ninguna otra persona. Fue nuestra manera de hacerlos sentir completos en sí mismos.
5.- Les dijimos que poseían dones que les permitirían influir en la vida de otras personas. También tenían la capacidad para cambiar y crear lo que desearan en su propia vida.
6.- Les hablamos desde muy pequeños sobre el éxito que es verdaderamente importante: realizar las metas y significativas para ellos mismos, metas que les produjeran felicidad. Era la mejor manera que conocíamos de aportar felicidad y sentido a los demás.
7.- Por último alentamos sus sueños. Fue nuestra manera de decirles que confiaran en sus propios deseos,el más alto camino hacia el mundo interior.
Deepak Chopra
martes, 16 de marzo de 2010
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